A menudo el guionista se desespera, no sin razón, buscando las claves para escribir el sketch perfecto. Son cuatro. Ahí van.
1. El teclado.
El teclado tiene que estar cerca de nosotros. Si se separa más de un metro y medio, o se halla en una habitación diferente de la que nos encontramos, tendremos graves dificultades para armar una historia. Cuando estamos escribiendo un sketch, estamos escribiendo un sketch, no visitando la galería Caravaggio en el Hermitage de San Petersburgo. Algunos guionistas recurren a la cirugía reconstructiva y han llegado a prolongar sus brazos hasta seiscientos kilómetros para poder tomarse unos pinchos en el casco viejo de San Sebastián mientras seguían escribiendo sobre su teclado de Valencia. Mal. Esta técnica, además de peligrosa a causa de las cuatro autopistas que se cruzan entre las dos ciudades, sólo es recomendable en verano, puesto que con la llegada del frío nos veremos con graves problemas a la hora de encontrar una camisa de manga larga que nos satisfaga.
Los bocadillos de atún matan los sketches. Esto es así. El aceite que gotea sobre las teclas hace que las yemas de nuestros dedos resbalen y cometamos numerosos errores que desvirtúan la estructura, el planting, el giro y el desenlace del guión.
Los mapaches no deben chupar nunca las teclas de un teclado. Nunca. Los ciervos sí.
2. La pantalla.
Echarse estiércol de golondrina en los ojos o colocarse un antifaz para dormir no nos ayudará a ver mejor la pantalla sino todo lo contrario.
La pantalla es el papel donde escribimos. Y tiene que estar limpio. Las pegatinas y los graffitis son enemigos acérrimos de los buenos gags. ¿Decoran? Por supuesto. ¿Estorban? También.
Mirar la pantalla sirviéndonos de un sofisticado juego de espejos nos proporcionará libertad para escribir desde cualquier lugar del planeta, pero, ojo, tendremos que prestar especial atención a las diferencias horarias entre los hemisferios.
3. Las manos
Seccionarse las manos con una motosierra un minuto antes de ponerse a escribir un sketch es un despropósito tan absurdo que ni siquiera vale la pena comentarlo aquí. Por supuesto que no debemos cortárnoslas.
En cuanto al controvertido asunto de los guantes, la recomendación es muy clara. Si el guante es blanco, fino y de algodón, del tipo funerario, de gala militar o de maitre, no hay ningún inconveniente. De boxeo, nunca. Los guantes de soldador, jardinero y tornero fresador, deben utilizarse con muchísima precaución. Por el contrario, las marionetas de mano, si son graciosas, siempre serán una ayuda inestimable a la hora de escribir nuestras historias, eso sí, evitando los títeres de animales que carezcan de patas, como el caballito de mar, la medusa, la babosa y la lombriz de tierra. Hacer las voces de las marionetas mientras las usamos para teclear no sólo es gratificante sino que, además, aporta fluidez y naturalidad al guión.
Una cabeza hueca no nos servirá de mucho a la hora de escribir una buena historia. El cerebro tiene que estar siempre dentro del cráneo, al menos hasta que el sketch haya alcanzado un setenta y cinco por ciento de humor. Si por cualquier motivo no tenemos el cerebro dentro de la cabeza, bien porque hayamos sufrido un accidente de moto sin casco contra un camión de transporte internacional, bien porque hubiésemos tenido un encontronazo casual con un misil tierra-aire, bien porque nos hayamos arrojado desde la torre de Francia por un despecho o un malentendido, el sketch no será gracioso, y, si lo es, será pura casualidad.
Una cabeza bien amueblada no siempre es garantía de éxito, pues el mueble rústico, o castellano, es repugnante y lo que hace es dar ganas de llorar, no de reír.
Es preferible una cabeza llena de pájaros a una cabeza hueca, y ambas cosas a una cabeza separada del tronco.