He visto innumerables bandadas de obejas cubriendo el cielo de Maryland, sobrevolando el mar de Ojostk y en un autocine de Soria, cruzando la pantalla justo cuando la trama iba a resolverse. He enviado docenas de dibujos muy precisos a los zoólogos más renombrados del mundo. He dado conferencias en las universidades más prestigiosas, exceptuando Oxford, Cambridge, Harvard y Yale porque no les venía bien el día. Y he publicado siete enciclopedias consecutivas acerca de este fabuloso y alado ser. Pero todos me aseguran que ese animal no existe y que sólo se trata de otro error ortográfico, muy similar al que ya me achacaron en 1967 cuando intenté demostrarles la existencia de unos pequeños mamíferos llamados avejas. Ahora creo que ambos animales son la misma especie.